Diecisiete instantes de una primavera
julio 5, 2011
«Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto.
Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio.
Vos dirás que la eligen porque-la-aman, yo creo que es al verse. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto. «
Julio Cortazar, “Rayuela”
La Mechi
A veces, en esas largas noches de guardia en el Hospital, cuando se quedaba sola y podía prepararse unos mates, se ponía a pensar si la vida pudo haberse disparado por otro sendero que el que había tomado.
A la distancia, doble distancia, geográfica y del tiempo, podía ver mejor cómo se habían ido encadenando los acontecimientos para llevarlos a aquella esquina rosarina en donde todo cambió.
Pero entonces, entre el 72 y el 75 todo había sido tan rápido, vertiginoso, que no había sido fácil para nadie adivinar lo que se les venía encima.
Ella era santafecina, pero para estudiar Medicina había tenido que irse a vivir a Rosario, que para nosotros, es como irse a otra provincia porque una cosa es de San Lorenzo a Villa Constitución y otra de Santa Fe a San Justo, porque para el norte, digamos por la zona de Vera a La Gallareta, ya es otra provincia. No dos, sino tres provincias conviven bajo el nombre de una, pero de eso qué se iba a entender en La Habana si no lo entendían en Buenos Aires; que no podían entender que una santafecina mirara extrañada si alguien le preguntaba si era rosarina.
Claro que no, santafecina y de Unión, diría ella.
A lo mejor todo empezó con el viejo, peronista, sindicalista -pero de los de antes, no como la caterva de burócratas que ella conoció de cerca en Villa Constitución muchos años después- que lo metieron en cana en el 55 a pesar de que había quedado discapacitado y ella se agarraba a sus pantalones para que no lo lleven.
Y él la miraba con ternura, con tristeza y con una dignidad que ella no olvidaría jamás.
Nunca fue demasiado pobre, pero tampoco nunca vivió en el centro ni fue a la Inmaculada ni a los otros colegios de las niñas bien santafecinas; las que jugaban al tenis en el Lawn Tenis de la Costanera y se bañaban en la pileta del Jockey para no mezclarse con los negros en el Parque del Sur o las playas de Guadalupe.
Por eso, por ser hija de peronista y de trabajadores, le pareció bien la idea de ayudar a los más pobres y acompañar a los chicos que iban a la Iglesia del padre Catena en el barrio Santa Rosa de Lima aunque no era la única voz que escuchaba porque, si vamos a ser precisos, me escribió una vez, y era obsesiva como pocas con los detalles, que con el primero que habló de política en serio no era ni peronista, ni cristiano, ni siquiera pobre; aun más, cuando ella lo conoció, él ya había abandonado familia y estudios para proletarizarse, o sea, abandonar el hogar paterno e irse a vivir como y con los obreros, trabajando en una fabrica metalúrgica y viviendo en una villa miseria.
Era hijo de un escribano que había sido presidente de Unión para finales de los cincuenta y tenía un destino de escritorios, paseos con niñas bien de la sociedad y una casa en la costanera para criar los hijos de una chica bonita que le esperaba sin falta; pero se rebeló y eligió jugarse por el pueblo.
¿Acaso fue su muerte lo que la conmovió tan profundamente para llevarla en un solo movimiento a esa esquina de Entre Ríos y Santa Fe, a metros de la Facultad de Humanidades, esa tarde de mayo de 1975?
Tenía ojos azules y ella no sabía que le gustaba más, si las promesas de la revolución cercana o esos ojos que la miraban de cerca.
Su muerte en Trelew, fusilado por los marinos en la Cárcel después de la fuga frustrada, fue la señal que no entendí, se dijo sacudida por el recuerdo y se puso a pensar en esos días santafecinos cuando llegó el cuerpo de Jorge Alejandro Ulla al aeropuerto, de noche, en un avión militar y los hijoeputa de los policías hicieron un cordón tan cerrado que en un momento, hasta la mamá de Jorge quedó afuera y hubo que putear y pelearse para que la dejen acercarse a ver su cadáver.
Pero fue en Rosario, cuando empezó a estudiar Medicina que encontró a la Fede y nunca dejo de pertenecerle, de amarle, de pelearse con todos para ser mejores comunistas.
Y fue en la Fede de Rosario que lo conoció al Ciego.
El Ciego
No sabría decir desde cuando usaba lentes. Cuando yo lo conocí, él ya usaba unos con cristales gruesos, de esos que parecían culo de botella, pero decían los que le conocían de muy niño que eso no le había impedido ser muy travieso desde muy pequeño: la madre temblaba al llevarlo al jardín porque sabía que dos por tres, las maestras vendrían con cuentos y quejas.
En la casa mucho no se hablaba de política y ni el papá ni el segundo compañero de su mamá se metían mucho en los líos en que él se metería.
A lo mejor, fue ese espíritu irreverente que traía de la cuna lo que lo llevó a acercarse a ese compañero de banco con el que empezaron a colocar carteles contra la dictadura de Onganía por los pasillos y en el baño y hasta llegaron a cortarle las mangas al saco de un profesor facho en un recreo, pero con tanta mala suerte de que el celador entró justo cuando ellos estaban adentro, y los castigó con un montón de amonestaciones que los dejó al borde de la expulsión.
El celador era de la C.N.U.[1], una organización de la derecha extremista alojada en el peronismo, que sería una de las bases operativas de la Triple A pocos años más tarde.
El estudiante era hijo de un medico del P.R.T.[2] pero no sería a la Juventud Guevarista que él se incorporaría sino a la Fede, aunque eso sería un poco más tarde, pero el episodio le dio cierto “prestigio” en el colegio Nacional y provocó que los compañeros de la Fede, la Laurita y el Oso primero que nadie, se le acerquen y comiencen a invitarlo a peñas y todo tipo de actividades.
De hecho, en una casa de estudiantes de la Facultad de Ingeniería, cerca del Monumento a la Bandera, funcionaba algo así como un club de amigos, todo muy informal, pero fue a ese grupo el primero al que se incorporó aunque de un modo un poco extraño. Casi no hablaba, escuchaba atentamente y de vez en cuando se dejaba hacer el amor por una compañera bastante mayor que él que prácticamente lo instaló en su casa hasta que algunos de la Fede de la zona centro de Rosario decidieran rescatarlo, afiliarlo y darle tareas súper exigentes como para que no tenga tiempo de nada, y menos de acostarse con la compañera mayor, tareas de acción, como las que él pedía.
Creo que fue por el 72 que lo pusieron al frente del grupo operativo de la Fede que estuvo en la toma del barrio Tablada, barrio con memoria si los hay porque allí fue que la Resistencia Peronista se hizo fuerte en el 55, fuerte se hizo el Partido y otras fuerzas de izquierda bajo la dictadura de Onganía y eso explica que después, poco después que él se fuera a Cuba, La Tablada fuera arrasada por Díaz Bessone y el Segundo Cuerpo.
Pero en el 72, no pudieron con los compañeros. Tres días, setenta y dos horas contadas por minuto, resistieron los vecinos, y con ellos la Fede y al frente del grupo el Ciego que desde ese momento se las arregló para formarse en lo que entonces se llamaba autodefensa aunque él y muchos otros, pensaban en golpear y avanzar, soñaba, en esas noches previas a conocer a la Mechi, con ofensivas victoriosas y banderas al viento acariciándole la cara.
El Ciego
La columna de las Juventudes Políticas Universitarias avanzaba por el centro de Rosario. Marchaban los compañeros de la Juventud Peronista, los la Juventud Radical, los de la Fede y más atrás los de otras fuerzas.
Era un jueves de mayo de 1975 y todavía estaba caliente el ambiente político por el operativo montado contra los trabajadores y el pueblo de Villa Constitución.
Se sabía que en Villa la izquierda había acumulado mucha fuerza. Con el triunfo en Acindar y la UOM se había logrado la dirección de la CGT regional y de un vasto movimiento popular que resistía dignamente la ofensiva derechista de afuera y de adentro del gobierno de Isabel.
El 20 de marzo habían caído sobre Villa desde el cielo, el agua y la tierra.
Y no era una figura literaria. Desde el río bajaron los tipos de Prefectura Naval desde unas lanchas artilladas que usaban en el norte para reprimir el contrabando; desde los helicópteros cayeron los de Gendarmería y desde una impresionante caravana de autos policiales y Falcon sin patente (nada menos que 105 autos con dotación completa de fierros) que llevaban como a quinientos matones de la Policía, de la patota de la UOM y algunos que después serían jefe de la Triple A como el mismísimo Aníbal Gordon) cayeron sobre Villa Constitución y la tomaron prisionera. Sólo ese día metieron 300 compañeros presos[3].
Pero Villa no murió de un solo golpe.
Hubo un paro, y aún más, a pesar de ser una ciudad ocupada militarmente, el 22 de abril de 1975 miles de mujeres, hombres y niños habían marchado por sus calles repudiando la represión y a la siderúrgica Acindar, la empresa de Martínez de Hoz, que auspiciaba la escalada golpista.
Rosario no había escapado a las consecuencias del operativo y no sólo por la proximidad geográfica, sino sencillamente porque muchos de los trabajadores de Acindar vivían en Rosario, e iban y venían diariamente.
La Fede se había destacado en compartir la lucha con los trabajadores de Villa Constitución, y ya había debido sufrir su cuota de presos: Laurita, Silvia y Ángel habían sido detenidos pintando murales y mientras estaban en los calabozos de la Jefatura de Villa Constitución, frente a la plaza principal, los milicos armaron una gran balacera, hicieron correr la voz de que venían a rescatarlos y los tentaron con que se vayan caminando. Se salvaron. Los milicos le tenían preparada la ley de fuga: un tiro en la nuca al que corriera. Pero los cumpas olieron la trampa y se quedaron adentro.
Y allí fue la Mechi con el Petiso, el Carlitos y el Oso a bancarlos. Tres días estuvieron pintando en medio de los autos sin patente y la cana que apretaba. Pero no eran gente de asustarse, y más si estaban alentados por los compañeros de la Uom y la Cegete Regional Villa; digo, por los que se habían salvado que no eran muchos pero seguían firmes y por eso también la Marcha de Rosario, para que Acindar y el Loro Miguel no se salgan con la suya. Porque si algo era la Mechi, era solidaria.
Solidaria desde aquellas primeras acciones arriesgadas de la militancia hasta la solidaridad hecha práctica profesional, siempre trabajando para planes de salud pública, o poniendo dinero de su bolsillo para comprar los remedios en la guardia del hospital público si era en la Argentina o siendo siempre la primera en anotarse para el trabajo voluntario o para cubrir la guardia de otro compañero si estaba en Cuba.
En la marcha de las Juventudes Políticas estaba la Fede, y en la columna de la Fede por supuesto que iba la Mechi. Pero esta vez no iba del brazo del Ciego porque como el clima estaba muy pesado, el Ciego estaba cuidando la marcha. No es que no supiera de política, pero lo que más le gustaba era eso. No se perdía ni uno de los campamentos del frente[4] , y de tanto practicar con la pistola había adquirido una velocidad y una puntería casi increíble en alguien que usaba los cristales gruesos como vidrio de botella en sus lentes.
En el local de la Fede de la calle Pueyrredón era famoso porque, cuando hacía guardia, dormía con el arma en la mano y se ataba un hilito desde la puerta a la mano. Así, si alguien tanteaba la puerta, él saltaba de su silla con la 45 apuntando. Los compañeros le tenían pánico porque más de una vez había apuntado a quienes entraban al local fuera de las horas previstas, y más de uno se había tirado de cabeza al suelo al verlo dormido y con el arma en alto. Así que ese día, como casi siempre, el Ciego estaba en su puesto. Tranquilo, mirando la marcha y observando a los que la espiaban desde la vereda.
El Pollo también estaba en su puesto. Había sido guardaespaldas de Rucci, del equipo de seguridad más íntimo de la dirección nacional de la Unión Obrera Metalúrgica y su llegada a Rosario era un acuerdo del Loro Miguel con la gente de López Rega [5]. Le habían conseguido un puesto de oficial de inteligencia de la policía provincial y estaba trabajando en armar la Triple A en la provincia. Él fue el primero que habló del asunto con Rebechi y fue también él quien adiestró al grupo de colaboradores santafesinos más selectos: el Curro Ramos, González y Cabrera.
Al Ciego lo tenía junado. Por pedido de la patronal del Swift, hacía rato que venía vigilando la entra da de los trabajadores a la planta industrial de Villa Gobernador Gálvez como parte de un operativo de seguridad más amplio que incluía la infiltración de las agrupaciones clasistas. Por eso ya sabía que todos los jueves a las cinco de la mañana, una hora antes del turno de las seis, caía a la empresa una camioneta IKA revieja, con un grupo de bolches encima. Sacaban el diarito y se ponían a repartirlo. Casi siempre estaba el Ciego en el grupo, y se notaba que era el jefe, aunque disimulara. Pero al Pollo no lo iban a engañar esos rusos de mierda. Una vez lo había enganchado en el aeropuerto de Fisherton cuando todo un colectivo de pendejos de la Fede habían ido a recibir a unos presos liberados del Penal de Rawson al que habían sido llevados después de la masacre[6] , y él personalmente los había metido presos.
También la conocía a la Mechi, esa pendeja que se las daba de médica y recién había empezado la carrera. Si lo sabría él, que había revisado minuciosamente su carpeta universitaria para ver si le pescaba el domicilio, pero la muy guacha daba direcciones falsas en todos lados.
La columna avanzaba por Corrientes, y cuando empezó a doblar por Entre Ríos para ir a Humanidades, el Pollo la vio a la Mechi y se decidió a darles un escarmiento.
Miró a su alrededor, no vio a nadie, sacó el arma y apuntó
El Ciego se había distraído mirando a la columna de la Fede, protestando en voz baja –ese cartel que no esta bien atado, se cae por la derecha porque no saben poner bien los hilos, cuando la vio a la Mechi. Sin saber por qué dio vuelta la mirada, justo hasta donde estaba el Pollo, vio que estaba sacando el arma y él también manoteó la 45. Era la primera vez que tiraba a sangre fría.
La mano se movía automáticamente, sacar, apuntar, gatillar… pero la cabeza le funcionaba a mil. La imagen del Padre Roberto que le repetía No Matarás, la cara de Ingalinella amordazado en la Jefatura, la de Keohe cayendo fulminado en las escalinatas de Tribunales, la de la Mechi riendo…
El Pollo no entendía nada, hubo sólo un fogonazo pero era él quien estaba cayendo. Murió sin siquiera saber que era el Ciego el que lo había bajado. Sus dos compinches miraron horrorizados y sin siquiera intentar socorrerlo, salieron en su busca. Pero ya era tarde. El Ciego había dado la vuelta, los fachos trataron de seguirlo pero cuando llegaron a Corrientes el gentío de la hora los envolvió. Y lo perdieron.
El Ciego dio mil vueltas y se fue a la casa de la Mechi. Entró sin hacer ruido, revisó cuarto por cuarto, se convenció de que nadie había entrado, se aseguró de que todo estaba en orden, y volvió a salir. La Mechi había llegado antes, había agarrado los papeles más importantes, los metió en una bolsa de basura, los subió a la terraza y ahí se quedó agachada debajo del parrillero. Si escuchaba ruidos, se iba a cruzar por la terraza a lo del vecino, iba a saltar una pared bajita que ya había estudiado, y de ahí podía bajar por el otro lado de la cuadra. Era el Ciego el que le había enseñado a buscar siempre una salida por atrás de las casas donde estuviera. Se quedó arriba como tres horas, entre asustada y feliz por lo que había hecho el Ciego. Ella no había visto nada; nadie había visto nada salvo que el Pollo cayó muerto con la pistola en la mano y un balazo en la cabeza.
No dijo nada a nadie pero estaba segura que había sido el Ciego. Quería abrazarlo y estar con él, pero tendría que esperar seis meses para volver a verlo, y no sería en Rosario.
Tampoco en Santa Fe donde el Ciego estuvo escondido, sino más lejos.
Mucho más lejos.
La Mechi
Decidimos con la Mechi ir a la playa.
Agarramos el NSU[7] que estaba recauchutado, pusimos unas toallas en un bolso y nos fuimos al Parque del Sur.
La mamá de la Mechi vivía a cuatro cuadras de la casa de la calle Primera Junta, la de mis viejos que le pusieron la bomba en diciembre del ‘75, nos conocíamos de chicos pero recién nos hicimos amigos cuando la encontré en una fiesta de la Fede de Rosario, en el local de la calle Pueyrredón y nos volvimos a ver un par de veces más.
Debió ser para las fiestas de finalización del año ‘73 que la pasamos tan lindo que hasta da pena acordarse. Nosotros íbamos todos los años a pasar las fiesta con la familia de mi mamá, incluso después que se murieron mis dos abuelos maternos. Para mí eran como mini vacaciones porque íbamos para Navidad y recién volvíamos para Reyes.
Ese 31 tan dichoso para todos, después de las 12 nos encontramos en el Monumento a la Bandera. Me acuerdo bien porque éramos como cien, y tomábamos sidra sentados bajo los árboles que están casi sobre el río, frente a la calle Rioja. La Mechi me presentó al Ciego pero como él no me dio mucha bola, yo tampoco le presté mucha atención.
Después nos vimos más seguido, sobre todo cuando el Cacho se fue a vivir a Rosario y todos ellos terminaban la noche en el bar de un tipo que se terminó afiliando al Partido.
Así que me acostumbré a que cuando iba a una reunión a Rosario, después me quedaba en el boliche de la barra y en la madrugada me volvía a Santa Fe. Me extrañó que en pleno verano, en ese febrero terrible del ‘76, ella anduviera por Santa Fe pero hice no hice el menor comentario; ya sospechaba que ella hacía alguna tarea especial.
Encontramos un lugarcito, nos acomodamos y nos metimos al agua que como siempre estaba bastante sucia y casi tibia, pero era mucho más cerca que ir a Guadalupe y no había peligro de que te muerda una palometa.
Le cuento que en la casa de Graciela se alojó un tipo de la Fede, al que yo no vi pero que dice llamarse Fabián y que está esperando para irse a Cuba porque los fachos lo quieren limpiar no sé por qué. Le preguntó si sabe algo y me dice que nada.
Después nos ponemos a discutir si habrá o no habrá golpe y si alguien podrá parar la locura de muerte en que estábamos metidos. Pasa una mina muy jovencita con un viejo de la mano. La Mechi se me caga de risa porque me quedo mirando la mina, pero en realidad me acordé de una conversación de Graciela con Fabián, que no sé por qué se me ocurre contarla.
-Sabes que el tipo este, el Fabián, el que estaba fugado, tiene un mambo en la cabeza porque la novia es más vieja que él y no sabe si quedarse con ella o largarla.
-Y Graciela qué le dijo, pregunta la Mechi, demostrando un interés un poco exagerado en el asunto.
–Qué sé yo, supongo que si se quieren no importa la edad no, sino fíjate esos dos y la chica no parece un gato, ¿o sí?
Cuando nos levantamos para irnos, nos damos cuenta que toda la playa está rodeada de soldados que se han apostado y paran los autos que pasan. Por suerte el mío lo dejamos como a cuatro cuadras.
La agarro del brazo y con toda la calma que podemos pasamos caminando entre los milicos que ni nos prestan atención. La Mechi no me dijo nada, pero esa noche se tomó un colectivo a Buenos Aires.
Llevaba un bolso con toda la ropa que pudo meter adentro, lo que no le entró la metió en una bolsa y le dijo a la madre que me llame para que la pase a buscar.
A la madrugada siguiente tomó un avión a Cuba, iba a encontrarse con Fabián, el Ciego, o como diablos se llamara.
El Ciego
-¿Y usted compañero, que dijo qué quería hacer en Cuba? preguntó el mulato vestido con guayabera. Estaban en una residencia de protocolo por la zona de Miramar, en una de esas casas formidables que la burguesía cubana había construido con un buen gusto y un confort casi increíble para los años en que se edificaron: entre los ‘30 y los ‘50, y que la Revolución hizo suya cuando la mayoría de los burgueses de La Habana huyó a Miami creyendo que a Fidel lo tumbaban en unos meses. Ésta, hasta pileta tenía, y el Ciego estaba molestísimo con la situación. El confort excesivo le molestaba.
-Bueno compañero, no es lo que yo quiera o no quiera sino lo que la dirección del Partido argentino discutió con ustedes; que yo pueda prepárame en Cuba como un compañero cubano de filas, sin ningún privilegio.
-Pero es que normalmente ningún extranjero se prepara en Cuba como tu quieres. Menos que menos alguien de un Partido que está bajo dictadura militar y proclama que no va a practicar la resistencia armada.
-Bueno, pero es que yo algo tengo que hacer hasta que pueda volver, y claro que en la Argentina no me van a dejar entrar a la Escuela de Oficiales, ¿o usted no sabe en que país vivimos nosotros?.
-Bueno chico, no te sulfures y no comas mierda que yo conozco la Argentina mucho más de lo que tú te imaginas; que yo estuve en la primera misión diplomática de la Revolución, que yo soy uno de los que echo Frondizi cuando los yanquis se lo impusieron. ¿Recuerdas? después que el Che lo visitó de incógnito luego de lo de Punta del Este.
Después el Ciego se dio cuenta que el mulato lo estaba tanteando, que ya tenían la decisión tomada y no era cierto eso de que no había ningún extranjero en el Centro, porque esos muchachos del segundo piso en el hospedaje no eran cubanos, se notaba de sobra que eran todos chilenos, y algún otro acento se colaba en las pocas veces que se cruzaban en algún paseo o recepción.
Y al cabo de unos meses, cuando empezaron a tomar confianza, intercambiar un mate y tomarse un pisco a escondidas, se fue enterando de por qué estaban allí.
En realidad el que desentonaba era él.
Después que le mataron gente suya de la Embajada en Buenos Aires, los cubanos empezaron a disimular menos su desacuerdo con la idea de que lo de Videla “no era todavía el fascismo” y que había un sector más peligroso al que había que cerrar el paso.
Pero siempre va a haber uno más bruto y peligroso del enemigo que tenés, pero el tema es justamente que el más peligroso es el que tenes en el gobierno, le decía un uruguayo que estaba más enterado de los debates argentinos y trataba de no pelearse con la pareja cuando iba a comer los fideos con pesto que la Mechi les cocinaba para variar del arroz con lo que sea que comían todos los días en el cuartel.
La Mechi estaba recontenta, desde que llegó, y cuanto le costó llegar solo ella lo sabía. Costó porque hubo que convencer a un montón de compañeros que no podían entender que en solo unos meses ellos eran pareja y para siempre le decía la Mechi para asombro de algún que otro burócrata que decía que la tradición era no irse, que si alguno se iba la familia se quedaba y que en todo caso, se podría hacer una excepción con una familia formal pero no para ellos que eran casi amantes, sin ofender, por supuesto decía el pelotudo y la Mechi volvía a explicarle que ellos eran pareja desde Rosario, desde antes que el Ciego tuviera que ejecutar al Pollo y el Partido decidió mandarlo primero a la casa del padre de Gracielita y después a una casa en Pilar a esperar poder salir del país.
Y que ellos se veían siempre, hasta cuando no se podían ver.
O sea, que se veían a escondidas de algunos y con la ayuda de otros que entendían que una pareja no podía estar tanto tiempo sin tocarse y besarse, sin hacerse el amor decía la Mechi y entonces fue que el Pelado se decidió y dijo que si, que se vayan los dos si los cubanos lo aceptan.
Y después de muchas vueltas los cubanos aceptaron y hasta le permitieron continuar sus estudios de medicina aunque todavía no había convenios académicos y el sueño de una Facultad de Medicina par los jóvenes latinoamericanos no existía ni en los sueños de Fidel, lo que no es poco, que trataba de salir de la década en que por seguir el camino de los soviéticos casi queda en el medio de la negociación entre Krushev y Kennedy por los misiles y se esforzaba en superar el monocultivo mientras seguía sosteniendo el sueño de crear diez Vietnam en América Latina del Che Guevara aunque al Comandante ya lo habían asesinado en La Higuera.
Volver a la Facultad le hizo bien, le gustaba mucho la medicina y como aquí no había centro de estudiantes, ni asambleas ni peleas con los otros grupos, se empezó a apasionar por la medicina, por la concepción misma de la medicina preventiva y la planificación sanitaria, cosas de que ni se hablaban en Medicina de Rosario en los primeros setenta.
Y además vinieron el Colorado y la Gaby y por fin parecía que la vida se había acomodado. Extrañaba, claro que extrañaba. El ruido de los colectivos cuando pasaban por la calle Mendoza y ella tomaba cervezas con los de la Fede en el bar del Oscarcito. El olor a lavanda y jazmín del patio de la casa de su mamá, tan cerca de mi casa que cuando me pusieron la bomba aquella noche del verano santafecino fue una de las primeras en llegar, bueno, después de Rebechi y el Curro, pero ellos eran los que la había puesto. Las guitarreadas en el local de la Fede, tomando vino y comiendo empanadas con el Kali y el Wilfredo, discutiendo, siempre discutiendo porque en eso no le iban a ganar, ni a disciplinar.
Bueno, disciplinada era, pero discutidora era más.
Si lo sabía el Kali y si lo sabría el Ciego
Una tarde los chilenos le llaman a su casa y le confían algo fabuloso: los sandinistas están a punto de tumbar a Somoza y aceptan una brigada de la Jota chilena que vaya a pelear con ellos, -y si nos apuramos hasta es posible que nosotros mismos entremos a Managua, le dice el Rubén.
El Ciego volvió como borracho al Cuartel y estuvo toda la tarde como volando, sin darle bola a ningún instructor. A la noche lo consultó con la Mechi, bah, le informó que él se iba a Nicaragua y que le parecía que ella tenía que terminar la carrera, y además recién había nacido el Colo, y alguien tenía que cuidarlo, ¿no? La Mechi lo único que le dijo era que no se podía ir sin avisar al Partido, que no podía ser toda la vida un anarco, que él no estaba allí por la suya, que aprovechara que iba a pasar uno de la dirección de la Fede, de paso para Europa y que consultara.
El de la Fede dijo que a él le gustaba la idea, que todas las Juventudes Comunistas estaban preparándose para ayudar al sandinismo, pero que la última palabra la tenía el Partido. Que se preparara y que si llegaba el acuerdo se iba con los chilenos, y si no ya verían la forma de engancharlo con alguna otra brigada que fuera para Nicaragua.
Faltaban tres meses para partir y decidieron realizar una preparación especial bajo el mando de los propios sandinistas que estaban allí. Pero la respuesta del Partido no llegaba y los días pasaban. El Ciego tomó una decisión, si no llega ninguna directiva en contra, me voy con los chilenos a Nicaragua. El día del viaje se levantó a las cinco, se puso a jugar con el bebe hasta que se levantó la Mechi, tomaron mate, hicieron el bolso juntos y arrancaron para el aeropuerto.
Estaban ya en la sala de espera cuando llegó el Mulato casi corriendo. Lo siento Ciego, llegó una comunicación oficial del Partido, no quieren que vayas. Que termines los estudios que viniste a hacer, que ya va a haber tiempo más adelante.
El Ciego protestó, alegaba que debía haber un error y se resistía a bajarse del avión hasta que el Mulato se enojó y le dijo Oye niño, que la carta es del mismo Arnedo, que si ustedes no quieren pelear contra nadie, qué culpa tengo yo. Me parece que el que está equivocado eres tú, niño.
Fue como un mazazo en la cabeza. Agarró su mochila y se bajó despacito, casi sin hacer ruido para que no se notara que se estaba bajando. Como si los otros compañeros no hubieran escuchado, estupefactos, el diálogo con el Mulato.
Uno de los chilenos, se arrancó el cinturón de seguridad y corrió detrás de él hasta alcanzarlo. Le puso el brazo en el hombro, lo dio vuelta suavemente y le pegó uno de esos abrazos que dicen todo. El Ciego se sacó los lentes, se secó las lagrimas y siguió caminando para la salida.
Ni siquiera esperó que el avión despegara, se tomó un taxi y huyó con la Mechi. Esa noche no durmió, puteó todo el tiempo y se decidió a la madrugada: se sentó en la cocina, agarró un papel y escribió su renuncia al Partido.
Cuando la Mechi se levantó a la mañana y vio la carta, la rompió en pedacitos, le dijo vos estás loco; ese Partido es nuestro y si hay que cambiarlo, lo vamos a cambiar. Pero no podemos irnos porque es nuestra vida, boludo. Y de nuestra vida no nos podemos ir.
El reencuentro
El suegro de Raulito nos prestó un departamento en el barrio de San Telmo. Allí nos alojamos con dos compañeros del Partido de Rosario, para participar en el XVI Congreso. Todos estamos muy excitados, hace pocos días se ha hecho la Conferencia Provincial y todos sienten que estamos haciendo algo importante. Y necesario.
La conversación con Jorge[8] parece que hubiera sido ayer, dada la aceleración de los tiempos en el Partido.
En pocos meses he tenido que recuperar años de aislamiento intelectual. No sólo he leído todo lo que me recomendó Jorge, también todo lo que empezó a circular con virulencia, una vez rota la censura que el aparato ideológico mantenía sobre todos nosotros.
De todos esos textos un libro me ha impactado más que ninguno, es el de Los Caminos de la Unidad, donde Shafik Jorge Handal, líder comunista del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, y el Comandante Manuel “Barbaroja” Piñeiro Losada[9] defienden la unidad de la izquierda, el carácter socialista de la revolución, la imprescindible necesidad de derrotar el enemigo en su núcleo armado y una valoración de América Latina que es toda una sorpresa para mí y para miles de compañeros.
Ya en el acto inaugural, Athos define el carácter del Congreso, y se pone firmemente de parte de los más decididos a dar el paso tan temido de decretar caduca la auto proclamación de vanguardia .
Llegaría después el tiempo de aprender, dolorosamente, que no se abandona gratuitamente un modo de ser mantenido por cincuenta años. Pero esa noche, todo es optimismo y convicción de victoria.
Cuando termina el acto, Emilio me propone volver temprano al departamento, porque me quiere presentar gente muy interesante. Intuyo que hay algo que vale la pena, y acepto la propuesta.
Cuando tocan el timbre y entra una pareja con dos chicos en brazos, no los reconozco para nada. Para colmo, hablan con tonada rara, con un acento que no reconozco, y como yo no había ido nunca a Cuba casi no les entiendo lo que hablan, hasta que la madre me abraza y me pregunta si ha engordado tanto que no la reconozco.
El Ciego se ríe y dice que sí, que Mechi ha engordado tanto que nadie la va a reconocer, que hasta puede ir a Rosario y caminar por la peatonal que nadie se va avivar.
Emilio nos tiene a todos otra sorpresa: ha descubierto que en un placar el dueño de casa tiene una verdadera bodega de vinos importados. Elegimos una colección de Navarro Correas numerados de uno a cien en la etiqueta, y unas botellas de genuina sidra española de un chillón color amarillo.
La ronda tiene algo de mágico, levanto el vaso y miro adentro: me veo escribiendo un libro dentro de veinte años, acordándome de esa escena: un verdadero reencuentro de sobrevivientes.
Emilio estuvo en el Vesubio[10], junto con casi todo el Comité Central de Vanguardia Comunista. A él lo largaron, pero ya sabemos que es uno de los pocos sobrevivientes.
Lo que cuenta supera todo el horror que yo pude recoger en mi paso por la Cuarta, la Guardia y Coronda. Atados con cadenas a las paredes, encapuchados por meses, casi sin comida y sometidos a una situación de degradación tal, que ni los relatos sobre Auschwitz se equiparan, iban siendo llevados de a uno o de a dos, para no volver.
A él lo tiraron un día en una calle del Gran Buenos Aires, y caminó por horas en círculos, temeroso de que lo hubieran largado como un señuelo para capturar más compañeros. Al fin se convenció de que no lo seguían, y llamó al Central para que alguien lo recogiera y lo pusiera a salvo.
En realidad se salvó dos veces, porque a los dos meses de regresar a Rosario (lo habían chupado en una escuela del Partido que se hacía en San Martín, en el Gran Buenos Aires) rodearon su casa y se tuvo que escapar por los techos.
Todos escuchamos con envidia al Ciego: nos habla de Cuba, de su viaje frustrado a Nicaragua y de lo que sí pudo hacer en El Salvador. Nos cuenta que para viajar al Salvador se preparó, junto a un grupo de internacionalistas de toda América Latina, durante algunas semanas; y que en la etapa final de los preparativos, los llevaron a un sitio donde el mismo Che había pasado algunos de los días previos a su viaje sin retorno a Bolivia Y que todos habían sentido una emoción muy especial al caminar por ese campamento en lo alto de la Sierra Maestra. El Ciego nos cuenta anécdotas de aquellos días, y de cómo la convicción de la victoria parecía fluir del mismo suelo por donde había caminado el Che.
Pero que dejó todo por volver al país y ser uno más de la Fede, dice, sin acordarse de que ya todos estamos en el Partido.
Los tres fuimos de la Fede santafesina, los tres sufrimos algún tipo de persecución y represalia por nuestra militancia comunista, y los tres hemos llegado a la convicción de que hay que cambiar profundamente al Partido para poder salvarlo.
El Ciego, quien vivió más de cerca los procesos centroamericanos de unidad de las izquierdas y de lucha armada popular, hace rato que ha superado cualquier rasgo de impaciencia o inmadurez. Sabe perfectamente que toda lucha de clases, empezando por la armada, es una lucha política que no admite demoras, pero tampoco improvisaciones o aventuras. Pero que sólo la lucha por el poder puede instalar un centro de gravedad verdadero en un Partido que literalmente estalló tras el fracaso electoral del 83, y que ahora se cuestiona todo.
El Emilio ha sufrido aquel secuestro tanto como la falta de debates, el autoritarismo de un puñado de burócratas que llegaron a apoderarse de muchas direcciones partidarias, y que habían hecho de su auto preservación casi el leitmotiv de su actividad.
Y yo, junto con las lecturas a las que me indujo Jorge en aquel viaje, he sentido en carne propia, tanto la falta de concentración del Partido en los centros neurálgicos de la lucha de clases real, como los límites de una política sindical que no acertaba en vincular la lucha contra la burocracia sindical con los temas de la construcción de alternativa revolucionaria.
Les cuento una anécdota bastante simbólica: pocos días antes de la definitiva normalización de la Unión Obrera Metalúrgica de Villa, el Partido de la localidad organizó un asado con un conjunto muy grande de trabajadores, activistas y dirigentes de la Seccional. Estaban incluso algunos de los que serían electos como primeros directivos legítimos de la UOM de Villa, después del operativo represivo del 75, y de la intervención – por supuesto que con el aval de Lorenzo Miguel, secretario general de la CGT – que se mantuvo hasta mediados del 83. Ante el éxito previsto de la actividad, el Central aceptó mandar al referente sindical histórico, Rubens Íscaro, y eso terminó de asegurar el éxito de la actividad. Trabajamos como locos, todo salió bien: la comida, la bebida, la seguridad del lugar, la presencia de los invitados, pero Rubens Íscaro dedicó su intervención a la cuestión del necesario apoyo obrero al Movimiento de los Cien para seguir Viviendo, un movimiento pacifista inspirado en el llamado Nuevo Pensamiento Político que surgió en la URSS con la Perestroika, y que predicaba la desaparición de la categoría de “enemigo”, y que por ello equiparaba al Imperialismo con los pueblos que luchan por la liberación.
Claro que un movimiento de ese tipo contaba con el apoyo de “demócratas” como Raúl Alfonsín (UCR) o Vernet, pero nos volvía a sumergir en la política de “frente demócrata nacional”.
–Y ésa fue la base de la Unión Democrática, y también, veinte años más tarde, de que no fuéramos consecuentes con la 7ª Conferencia y con aquella consigna inventada por nosotros mismos: “Unamos los brazos por un Argentinazo”, que nos colocaba en el camino de los Montos y del Partido Revolucionario de los Trabajadores.
El que dice eso es el Ciego, la Mechi disiente con la cabeza, y el debate da vueltas y vueltas, tratando de encontrar las razones por las que este extraño grupo de sobrevivientes sean vistos más como derrotados, que como gente victoriosa de la muerte que se prepara para la lucha final.
Y, para colmo, hay que cargar con el sambenito del apoyo a la dictadura.
Justamente nosotros.
Pero Emilio dice que hay que asumir todo, que no se puede empezar a explicar que yo no fui, o que eran otros los que escribían las pelotudeces de la convergencia. Que si nos salvamos es para ayudar a superar los errores, y que los errores eran por derecha. Que de esta crisis se sale por izquierda, y que ahora podemos poner el Partido en sintonía con el Sandinismo, con el Farabundo Martí, con el Manuel Rodríguez, que todavía tenemos varios miles de militantes y si los podemos poner a la lucha por el poder…
Jorge dudaba que el elefante blanco[11] pudiera ponerse en pie, pero estos cuatro sobrevivientes, sea por el alcohol o por la experiencia vivida, ya no dudan.
–El viraje va a poner al Partido en el lugar que le corresponde. Que para eso hemos nacido. Para triunfar, qué mierda –dice Mechi, y se abraza fuerte con el Ciego.
Los niños están durmiendo y nos vamos tranquilizando.
Me tiro en un rincón y me agarra la nostalgia. Pero no sé de qué. Será que como dice la canción de Sabina de que no hay nostalgia mayor que añorar lo que nunca jamás sucedió.
De repente, me sobreviene una cosa extraña, una sensación casi olvidada: aquella que tenía cuando conspiraba con Leonel Mac Donald[12]: me ha vuelto la seguridad en la victoria y eso me enciende una hoguera que me pone a mil la cabeza, tanto que casi me duele.
Pienso en aquella charla de café y me doy cuenta de algo muy curioso: estamos haciendo lo que Leonel me pedía en aquel café del Baviera del Puente, acaso ingenuamente, en el 68. Que pusiéramos el Pecé a luchar por el poder.
Y me hizo bien.
El Ciego
Al Ciego le apasionaba los Quilapayun.
A las seis de la mañana, en la puerta del Swift, mientras piqueteaba Nuestra Palabra[13], ponía el casete en el equipo de sonido y martirizaba a todos con la Cantata de Iquique.
¿Qué extraño, no?: La cantata empieza en el desierto del sur chileno con algo así como que un niño juega en la escuela Santa María de Iquique y descubre los restos de una matanza.
En Santa Fe no hay desierto, se sabe; pero igual un niño juega en lo que parece una camioneta chocada.
La madre le grita una y otra vez que tenga cuidado, que hay muchos fierros rotos ahí, que no sé por qué tu padre no se lleva esa porquería de una vez.
Mamá, mamá, grita el niño.
Mirá lo que encontré le dice, un reloj, un reloj, y anda todavía.
Ay Martín, Martín, tené cuidado con lo que tocás que la camioneta es de unos compañeros se preocupó la mamá del niño.
El Ciego puso la primera y la camioneta arrancó despacio.
Llovía y él llevaba la familia así que era más cuidadoso que nunca.
Cuando llegaron a Paraná, el compañero que había traído de Concordia se ofreció a ayudarle a manejar.
El Ciego paró a un costado de la ruta, dio la vuelta por delante y se sentó a la derecha del conductor que ahora se acercaba al túnel, aceleró para pasar un auto, el Ciego iba a gritar cuidado cuando el camión salió de la nada y lo arrojó a lo oscuro.
Despertó por los gritos de la Mechi y de los chicos, no sentía nada pero no se podía mover.
La camioneta se había deformado con el choque y estaba atrapado, perdiendo sangre a borbotones.
La miró a la Mechi que intentaba hacerle un torniquete, en vano.
Había estado en demasiados cursos de primeros auxilios para no saber lo que pasaba, se estaba desangrando y en minutos el corazón le estallaría.
Pensó en Ramiro, el salvadoreño al que creía su hermano; pensó en Mauricio, el Nica que se quedó esperándolo para entrar juntos a Managua, pensó en Patricio y en esa noche en que estuvieron juntos con Shafik.
Se dio vuelta para que la Mechi no lo viera llorar y gritó con el resto de sus fuerzas: Hijos de puta, yo no me puedo morir así.
El Ciego, Marcelo, Floreal y un pañuelo
Cierto es que yo conocí al Ciego, pero no demasiado.
Si me apuran, diré que estar con él, lo que se dice charlar y caminar juntos y pensar y tomar vino y volver a charlar, fueron sólo dos veces: la primera fue cuando sesionaba el XVI Congreso y se apareció con la Mechi por el departamento que en San Telmo había conseguido el Raulito y ahí me di cuenta que era él quien había estado en lo de Gracielita, escapando de la Triple A en el ’75.
Había cambiado mucho, ya no montaba guardia dormido en el local de la Fede de la calle Pueyrredón, con la Cuarenta y Cinco en el puño atada a un hilito que venía de la puerta y que lo alertaba cuando alguno entraba.
Ahora era un padre de dos niños, fornido, formado, sereno y con una visión bastante madura de lo que había que hacer para construir un partido para la revolución.
La segunda fue en la quinta de mi hermano en Funes donde lo ayudé a encontrarse con su mamá, después de tanto tiempo lejos, muy poquito antes de su muerte.
Su muerte.
Idiota muerte.
Maldita muerte.
Reputa muerte a la salida del Túnel, esa mañana de lluvia en que un camión inmenso lo llevó por delante y se murió insultando a todos porque él no podía morir así, ¿me entendés?, así, es decir, sin un fusil en la mano peleando por la revolución, aquí o en cualquier lugar del mundo donde hiciera falta.
Digo, como murió Marcelo, el Teniente Rodolfo, en esa vereda salvadoreña, un poquito antes, como si se siguieran los pasos.
Cómo si compitieran en ver quien de los dos se ponía la máscara del Che, digo la máscara que Cortázar había inventado para Fidel en Reunión, que Marcelo había leído en la escuela, primero a disgusto por que no le gustaba nada el exilio de Cortázar y después asombrado, totalmente fascinado por aquella metáfora de Cortázar que parecía haberse escrito para ellos dos.
¿Cuántas veces se lo había contado?
¿y cuántas veces habían discutido el sentido del cuento, el más transparente y acaso por eso uno de los más polémicos, del argentino que vivía en París pero pasaba más tiempo entre Managua y La Habana que en Europa?.
Reunión parecía fácil de entender: Cortázar asume el rol del Comandante y relata el desembarco en Playa Girón.
¿Fácil?. Las pelotas fácil, el cuento estaba lleno de significados y de claves. Primero, porque describe el desembarco de un modo crudo, impiadoso, casi hiriente para el orgullo guevarista que llegó a recriminarle a Cortázar la imagen que de él se mostraba en “Reunión”. O sea, que al Che de verdad no le había gustado un carajo la foto que Cortázar presentaba del Che histórico en su cuento. Che decía que era un Che imaginario, y claro boludo le contestaba Cortázar, que es un cuento no una foto.
Segundo porque Cortázar juega con la muerte de Fidel pensada por el Che, y cómo le pega eso al Che. Es decir que aquí, no en Girón, sino en el cuento, el Che de Cortázar piensa que Fidel está muerto y al dormirse lo sueña vivo, a Fidel que está muerto ¿se entiende, no?…
Digo que el Che de Cortázar cree que Fidel murió en el desembarco y al dormirse, lo sueña a Fidel vivo y rodeado de todos los guerrilleros sobrevivientes, los futuros Comandantes, los únicos con derecho a llamarse Comandantes de la Revolución.
Nada menos.
Entonces Fidel se pone la mano en la cara, que no es una cara sino una mascara, y se la saca y se la ofrece al Che, que le dice que no y se la ofrece a Raúl que también le dice que no, y entonces el Che de Cortázar se despierta convencido que no hay reemplazo posible, que sólo Fidel podría encabezar la revolución. El cuento sigue un poco más, hasta que se produce la reunión entre el Che y Fidel, pero a ellos no les interesaba esa parte, lo que los desvelaba, lo que les producía miedos y discusiones era aquella de la mascara, porque el desafío de Cortázar era claro para ellos: ahora, que el Che está muerto, ¿hay alguien que se ponga la máscara del Che?
Marcelo, a punto de viajar al Salvador y convertirse en el Teniente Rodolfo, le regaló al Ciego un pañuelo como símbolo de la amistad forjada en los duros días del entrenamiento combativo, el pañuelo que había usado en Nicaragua cuando la Brigada del Café, la San Martín, la que mandó la Fede para apoyar la Revolución y revolucionar la Fede, de paso.
Lo que yo no sabía, hasta esa noche, es que la madre del Negrito Floreal había sido la madrina de Marcelo cuando la Brigada a Nicaragua y que el viejo del Negrito, el Viejo Floreal que buscaban los milicos cuando lo secuestraron al Negrito, le había arreglado algunos fierros cuando Marcelo empezaba a caminar por la Fede.
Fue Marcelo quien le habló al Ciego del Negrito Floreal, de esas palabras de Iris en el Juicio a la Junta: a mi hijo lo mataron por no cantar a sus compañeros y esas otras palabras, las de los torturadores sobre la madre del Negrito Floreal: “Con los comunistas no se puede”, cansados ellos de torturarla sin arrancarle un solo dato. El Negrito sí que se había puesto la máscara, y con eso que era tan joven que ni llegaba a quince años. Bueno, menos aún tenía en el Xº Congreso de la Fede cuando estaba al lado de Rubén Poggioni en la esquina aquella donde hacían la pintada, y los fachos lo mataron a Rubén de un balazo.
Tirado en la esquina, sólito y sólo, quedó el Rubén y el Negrito, que ni catorce tenía, fue a avisarle al padre lo que había pasado.
Yo también estuve en el Xº Congreso pero, qué boludo, no vi a ninguno de los tres: ni al Negrito, ni a Marcelo, que sería el Teniente Rodolfo doce años después, ni al Ciego que al año siguiente se bajaría un facho en la esquina de Entre Ríos y Córdoba en Rosario, justo a la vuelta de la facultad de Filosofía, casi, casi frente a la imprenta de donde lo chuparían a Tito Messiez en el ’77, puntualmente un 22 de agosto, el mismo día de Trelew, de Sacco y Vanzetti y del renunciamiento de Evita.
No se porque se me ocurre que acaso Marcelo pensaba más en el Negrito Floreal que en el Che cuando subía la montaña de Chalatenango. Se me ocurre nomás, acaso porque había hablado tanto con Iris y con el Viejo Floreal que soñaba con hacer lo que el Negrito no pudo.
¿Quién sabe?
¿Quién sabe lo que pensaba el Ciego en esas tres horas en que murió lentamente atrapado en una camioneta casi al lado del Túnel? ¿No pensaría en la vez que pudo ir a pelear a Nicaragua y no lo dejaron?. ¿Y para que mierda me preparé, protestaba, si no quieren que pelee? le decía después a la Mechi. Por eso se había sumado al XVI Congreso con tanto entusiasmo, porque ya no se hablaba de juntar monedas para la solidaridad sino de hacerse cargo de las luchas revolucionarias como propias. Y eso es lo que siempre había pensado que debía hacerse. Hacerse cargo.
Como el Negrito Floreal cuando se quedó solo frente a los torturadores y tuvo que decidir si entregaba al viejo o se hacía cargo. Y decidió hacerse cargo. Sencillo, sin muchas palabras, sin muchos líos. Correrse o hacerse cargo. Ponerse la máscara del Che o dejarla en el suelo.
Para el Negrito entrar en la Fede había sido casi como un paso natural, no lo había pensado mucho, simplemente era lo que había aprendido de su vieja, de su papá, de su abuela, la que formaba el Socorro Rojo y hacía solidaridad con los presos cuando todavía ni Perón era Coronel.
Del Cordobazo al Rodrigazo, de la ofensiva y las masas con banderas al viento al canto del cisne proletario del ’75, si en algo pensó el Negrito Floreal en sus ultimas horas debe haber sido en algo de eso, en las ganas que tenía la Fede de ser poder y no poder ser.
Al Marcelo le preocupaba eso más que todo. Ser y no parecer, hacerse cargo y no correrse.
Por eso en su primer laburo lo arriesgó todo y se subió a la mesa de trabajo aquel día en que había paro, haciendo equilibrio al lado del torno, y les hablo a los pelotudos que se hacían los que no sabían: que no hay que ser yunque sino martillo, que no hay que ser cantera sino masa, que no hay que …Calentón, cabrón, capaz de putear hasta la madre en una discusión política y de hacer cosas de niño como cuando dio vuelta el cuadro de Victorio contra la pared, en penitencia, porque el XVI no arrancaba en la zona norte y él se enojaba con todos. Bueno, con todos no, con los viejos del Negrito no se enojaba nunca, no importaba lo que dijeran, él iba a decir que tenían razón acaso por respeto acaso porque sabía que en el armario del viejo estaba la carabina que iba a ser para Floreal y no pudo ser. Y que él soñaba que fuera para él.
¿Y si me la llevara al Salvador le preguntó al Viejo Floreal en la última visita, aunque sabía que el Ciego lo mataba si caía con otra cosa que no fueran calzoncillos y pañuelos en el bolso de viaje? Una belleza la carabina, , hasta con mira telescópica, cada parte hecha a mano por el Viejo Floreal. Cual un objeto de arte, como un trofeo.
Como lo que un padre haría para un hijo, para que sepa que lo quería y para marcarle el camino. De regalo un fusil, para que no haya dudas de lo que esperaban de él; que sea valiente y revolucionario, que sea audaz y consecuente.
El hubiera sido como el Che, decía el Marcelo cuando escuchaba al Viejo Floreal elogiarlo al Negrito y en eso pensaba el Marcelo cuando el Ciego lo hacía subir a los árboles y bajar, y agarrar la AK47 rusa y tirar y tirar y tirar hasta que el ruido no te asuste, hasta que la mano no te tiemble, hasta que la mente no registre que el blanco también respira y tose, y tiene frío y capaz que ama a una mujer y hasta capaz que tiene hijos y todo eso que hace más difícil a los revolucionarios tirar a matar porque están programados para amar, no para matar, y hay que darle mucho taller al bocho para meterle dentro que a veces hay que matar para amar hasta el final.
O como decía el Che, que el amor consecuente hacia los humillados se transforme en el odio hacia los dominadores. Y por eso se quejaba de los comunistas argentinos, porque él decía que les costaba odiar y matar.
El Ciego era uno de esos que desmentían al Che, era uno de esos que en vez de resistir la tortura hicieron cagar a un facho y eso lo hacía un héroe para el Marcelo que lo miraba y lo miraba mientras caminaban en el monte, cargados hasta los huevos con la mochila y la AK47 y todo lo que el culeao del Ciego les hacía llevar arriba y abajo para que se acostumbren.
Si supieran que al Ciego más que el deber lo impulsó el amor…
Es que el rubiecito ese de la CNU había sacado el arma y apuntaba justo para el lado que estaba la Mechi y la Mechi era todo para él. No era la primera pero seguro que era la que más quería y cuando sacó, en ese instante eterno en que el dedo aprieta el gatillo, más que banderas rojas él pensó en las sabanas de la casa de Rosario, esa cerca del Monumento donde la mugre tapaba todo, todo menos el póster del Che.
A las dos noches, dos noches sin dormir pensando y dando vueltas en la cama, le escribí a la Mechi y le conté, asombrado, que acababa de enterarme que la madre del Negrito Floreal había sido la madrina del Marcelo cuando la brigada del Café, mirá que casualidad que no se puede creer le dije, y fue ahí cuando la Mechi me contó que el pañuelo que la mamá del Negrito le dio al Marcelo éste se lo dejó al Ciego y que cuando el Marcelo murió en El Salvador el Ciego se lo dejó a ella de custodia y que cuando el Ciego se murió en el Túnel ella se dijo que tendría que devolvérselo a la Iris, pero se le olvidó y que cuando se volvió a Cuba se lo llevó de vuelta y que ahora no sabía que hacer, si traerlo a Buenos Aires o qué.
Y me preguntó qué pensaba.
Así que yo agarré el teléfono y marque los ochocientos números que hay que marcar para hablar a La Habana y le dije a la Mechi: creo que lo que corresponde es que lleves el pañuelo a Santa Clara. Y allí, en la tumba que construyen para el Che habría que dejarlo atado al vallado.
Mirá bien, mirá bien porque casi seguro que ya andan por ahí los tres. Vos sabes como son y no se van a perder la oportunidad de verlo al Che.
Así que déjales el pañuelo en algún lado, a ver si por no tenerlo, no los dejan desfilar cuando llegué el Comandante.
Vos sabes lo estricto que son los de seguridad, a veces…
Una carta de Wilfredo sobre la Mechi
Querido José,
Recibo la increíble noticia del fallecimiento de Mechi cuando todavía no se apagan aquí, en Chile, los festejos por los tres diputados con que el pueblo chileno decidió romper con la exclusión consagrada por la Constitución de Pinochet (rigurosamente respetada por todos los gobiernos que le sucedieron) como fundamento de la defensa del neoliberalismo. Tres diputados comunistas que serán la honestidad y la resistencia.
Guillermo Teiller, dirigente del Frente Militar en tiempos de la dictadura, que permitió que nunca más cayera la dirección del Partido (dos direcciones que engrosaron el batallón de detenidos desaparecidos, antes de su trabajo clandestino, hablan de la eficacia del compañero) y que se transformó en su Secretario General cuando la inolvidable Gladys Marín pasó a ser Presidenta del Partido, y devino Presidente cuando la compañera falleció. Electo diputado por tres comunas de combativa historia, en el corazón de Santiago de Chile. Lautaro Carmona, actual Secretario General del Partido, fue electo en la Región de Atacama, minera y heroica. Hugo Gutiérrez, abogado, valiente defensor de los DDHH, electo por Iquique, territorio de sacrificio obrero por excelencia.
Y Mechi…
Me escribió que estaba enferma, que la habían operado, hace unos años.
La crueldad del trajín cotidiano, los propios duelos y perrerías con que la vida nos aflige a veces, y también el egoísmo comprensible de las alegrías, del amor reencontrado, y el trabajo apasionado, y también el estudio, y también la militancia, y mi despelote y distracción…, todo me alejó de mantener esa correspondencia que, sin embargo, las veces que se produjo, me trajo montón de cosas lindas… Así es uno, a veces. No sé por qué.
Porque Mechi, para todos los que la conocimos, es una presencia potente.
No era, es.
Mechi es una realidad, siempre lo fue aún a la distancia, no un recuerdo. Pero el recuerdo también está.
Alguna elección en Medicina, cuando los trabajadores íbamos a apoyar a una Fede desbordada por los extremos, agredida con una violencia inútil que tampoco conviene olvidar (sino el XVI se transformaría en un libro de cuentos de hadas). La recuerdo sobreviviendo a fracciones, anteponiendo sus convicciones a sus afectos. La recuerdo contándome como le había teñido el pelo al Ciego, hacía un rato, para sustraerlo de la furia policial y fascista a la que sus bucles dorados lo exponían, cuando se acercaba la hora del horror.
La recuerdo, especialmente, y no la olvidaré jamás, en Villa Constitución.
Allí es donde su coraje, su decisión, su claridad política, su fidelidad de clase, su consecuencia a toda prueba saltó a mi vida por primera vez.
Durante los casi dos meses que duró la huelga, Mechi iba a venía, resolviendo, informando, proponiendo, siempre aportando su firmeza, su capacidad, inagotable.
Su risa aún resuena, nítida y ruidosa, alegre, provinciana. Creo que nunca me sentí tan halagado por alguien como cuando su voz se quebró de cariño fraterno describiendo una intervención, la única del Partido aquel día, ante los tres mil obreros que se reunieron en asamblea en medio de la represión y la lucha.
Ya había caído preso Luis Tomasevich, el entonces joven abogado que teníamos allí, quien era figura clave en todo ese proceso, y que cayó preso con Anahí, la hija del secretario del Partido de Misiones, y con otro compañero que quería hacer un documental, cuyo nombre no recuerdo. Fue una pelotudez esa caída. Luis se comió cinco años de cana. Algunos meses, los compartí con él en una celda del pabellón… ¿número cinco o seis?, en Coronda, entre el 76 y el 77, cuando El Ciego apretó el gatillo, en autodefensa, para frenar la agresión del facho.
Recuerdo el día que Mechi llegó a casa y me dijo que había teñido el cabello de El Ciego.
Lo dijo con emoción, lágrimas en los ojos. Esos días sí los compartieron. Ahí se hizo realidad ese amor que nunca nada lograría separar, ni siquiera, increíblemente, la Revolución Sandinista.
Mechi era una gran mina, y todos la amamos siempre.
Supo evitar las fracciones (medicina, cuando todo el círculo de la Fede, o casi, se fue a Montoneros, de la noche a la mañana) y tenía como una especie de brújula política incorporada.
Era muy representativa de cómo éramos en aquel tiempo.
Pasara lo que pasara, éramos como esos muñecos que empujas y nunca se caen, aunque todo lo empuje a eso (en ese molde increíble, recuerdo una escena loca, en Coronda… Acababan de cambiarnos de pabellón…, ahora me acuerdo: del tres al seis. Estaba en una celda que daba al cinco. Alguien me pregunta, muy respetuosamente, qué me parece la visita de la dirección del Partido donde Harguindeguy… Respondo: estuve de acuerdo con la línea de mi Partido hasta el día del golpe, en que caí preso. Ahora que estoy aislado, no tengo por qué dudar de que el Partido sigue haciendo lo correcto, y lo hará siempre… Te imaginas la sorpresa muda del «auditorio»…)
Para Mechi Villa Constitución fue una experiencia decisiva.
Su afecto por Tito Martín, por Carlos Sosa, por Rogelio Martín, por Rodolfo Graff y María, por Lilú, por todos y cada uno de los maravillosos protagonistas de esa gesta, era de tipo filial, maternal, carnal, espiritual, era definitivamente orgánico y funcional, era para ella mucho más que una familia. Tenía una visión mítica del proceso en el momento mismo en que las cosas ocurrían. Y parecía no conocer el miedo. Esto es muy importante. La vi temblar de emoción muchas veces, con sus grandes ojos húmedos, pero jamás, nunca vi miedo en su mirada.
No temas, José, decir que El Ciego era fierrero.
Recuerdo con qué delectación disparaba, tirados ambos en el suelo, mirando al cielo, su Browning 7,65, en la azotea del local de la Fede. Pero, él también era representativo de esa Fede, donde todos estábamos listos para dar la vida en cualquier momento. Su rasgo excepcional fue que él también estuvo dispuesto a tomar la vida del fascista. Y eso, José, créeme, después de haber servido en dos batallones en Nicaragua, es la decisión más difícil, la que hace la diferencia entre la victoria y la derrota.
El Ciego y Mechi, en el torbellino de la historia, escribieron un relato a dos manos que merece toda la atención que le estás dando, más allá de nuestros sentimientos. Creo que serás recordado, a tu vez, por muchas cosas, especialmente en el plano de los derechos humanos pero creo que tu rescate de la memoria de esos eternamente jóvenes compañeros no será nunca una obra menor, y te felicito de cumplirla con la gracia de una escritura desinhibida y afectuosa.
La agresión del Pollo ocurrió durante la marcha, que fue delante de Filosofía y Letras, yo cuidaba la esquina de Santa Fe y Entre Ríos, con un montonero, pero todo empezó bastante antes, com tres horas antes
El primer encontronazo lo tuvo El Ciego con el Pollo delante de la Facultad. El Ciego le pegó en el vientre con el mástil de una bandera y le ordenó salir de allí. Al rato El Ciego daba la vuelta a la manzana con Osvaldo y Carlitos, pasó delante Augusto, la confitería de Corrientes y Córdoba donde estaba comiendo el fascista con sus amigos. Vieron pasar a nuestros camaradas, a través de los amplios ventanales, frente a la Bolsa de Comercio. Se levantaron corriendo y los alcanzaron casi en la esquina de Santa Fe. El Ciego esquivó el golpe y volvió a pegarle ahora en el hombro.
Después fue lo de la marcha y minutos más tarde, muy emocionados y silenciosos, llegamos al local del Provincial del Partido, a dos cuadras de allí (Córdoba y Mitre).
Fue la última vez en mi vida que vi al Ciego.
La patota del Pollo nos había agredido a una cuadra de donde ocurrió todo, unos días antes. Me habían golpeado (falló la autodefensa, a cargo de un compañero vegetariano -no es chiste, lo era en serio- que nos cuidaba con un lechucero y no se atrevió a utilizarlo ni para un tiro de advertencia). Estábamos tapando una pintada de Tacuara en los muros del ex-cine Empire, por Corrientes casi esquina Rioja. Fui golpeado severamente, así como un par de compañeros secundarios que nos acompañaban. Nos atendieron en el local de Pueyrredón, donde, recuerdo, una compañera recién afiliada a la Fede decía algo así como: ¡Qué rabia…, les arrancaría la pija de un mordisco, a esos fascistas! Yo era un monje, en aquellos tiempos, y la miraba entre horrorizado y embelesado, preguntándome cómo se relacionaban en su libido y su conciencia política esas imágenes…
Mechi era como la Fede: capaz de cagarla de aquí a la luna, pero con un apego a la humanidad y un compromiso ético desorbitante, un amor a la clase obrera que parecía venirle de una conciencia de hierro.
Si la historia hubiera sido menos fulera con nosotros y nuestro pueblo, Mechi hubiera dejado marcas que hoy serían reconocibles por todo el país, en vez de estar albergada su memoria en los corazones de los privilegiados que compartimos algunos instantes con ella, en esa lucha donde demasiados Goliat y pocos como El Ciego hicieron la lamentable diferencia
Decididamente, Mechi es la prueba que los afectos más intensos pueden ir de la mano con la militancia más consecuente y cristalina.
La bella carta que te envió, José, la retrata de cuerpo entero. Es también una prueba más de su modestia. No sólo compartía la doble nacionalidad cubano-argentina, con el Che. También era médico.
Cuando un ser brillante, que aún no llegaba a los sesenta años, como Mechi, decide tomarse el merecido descanso de la muerte, su brillo no desaparece.
No necesitaremos mirar el cielo buscando estrellas nuevas.
Cada vez que la oscuridad se abata sobre nuestro corazón, y las dudas nos hagan vacilar, ahí estará la luz de Mechi, mujer y revolucionaria, para volvernos a la realidad, a la lucha de clases que, necesariamente, es internacional.
Te abrazo fuerte, hermano, en tu dolor y en el mío.
Y te ruego hagas llegar a sus hijos todo el cariño que este amigo y camarada tuvo la suerte de cultivar con esa gran y bella dama que fue nuestra Mechi.
Una carta de la Mechi a la presentación de Los Laberintos de la Memoria
Pedazos de tiempo que hemos compartido; desde distintas visiones y contextos, pero con una misma luz interior… la de ser una generación comprometida. Donde como tu dices ” la memoria es más larga que la traición”.
Ahora escucho en la lejanía un televisor que trasmite: “esto es algo autorizado por los EEUU” y el otro protagonista le responde: “esta tierra no se vende”… así fuimos y somos nosotros: los enamorados de que nadie se venda , de que todos tengan trabajo, educación , salud, vida, AMOR y SOCIALISMO, por eso dejamos todo…aún los prejuicios que nos creaba nuestra propia organización y nos fuimos reconociendo en cada uno de los luchadores…siempre TRANSGRESORES , a pesar de las debilidades….
Te cuento como al leer el libro vienen a mí diferentes imágenes y recuerdos:
*cuando te pusieron la bomba en Santa Fe… la sentí que era en mi casa…aunque estaba en la de mi vieja que quedaba a unas cuadras.
*el primer chango que me habló de política… Jorge Alejandro Ulla…uno de los héroes de Trelew. Cuando llevaron sus restos a Santa Fe lloraba por el revolucionario perdido, pero además…por aquel joven que me habló de política y que…desde esos ojos azules…me brindó una luz de esperanza y dignidad.
*la primera villa que pisé…. Santa Rosa de Lima, de la mano del Padre Catena, cuando me entusiasmaba e impulsaba la Iglesia Tercermundista. Después al cura lo mató la dictadura militar.
*la primera noticia politica que me arrancó una lágrima…. el golpe del ´55, cuando se vinieron a llevar a mi papá (en ese momento un discapacitado, delegado combativo del peronismo).
*el único amor: el Ciego…ese con el que nos acostamos para hacer la vida , los hijos y compartir los objetivos .
* la mano de Patricio, junto al cual transitamos la historia de Cuba, Nicaragua, El Salvador y el regreso a la Argentina, habiendo soñado desde siempre la organización que empezamos a transformar con el XVI Congreso.
* Marcelo Feito…que antes de ser un combatiente internacionalista me entregó el pantalón con el que había ido a Nicaragua y del que volví a tener noticias cuando de puño y letra del Ciego, recibí el siguiente mensaje, que todavía conservo y que decía:” Marcelo dejó dicho que se queda en casa para siempre, en un lugar con cerros , pinos y gente blanca. Pide que el 16 de septiembre se acuerden de él. Nosotros podemos acordarnos de Marcelo para esa fecha en los periódicos?…”
Que coincidencia!!! ahora también es septiembre, otro más de los tantos en los cuales vimos nacer no solo la primavera, sino el coraje de sobreponerse a las pérdidas, de crecerse a pesar de las lejanías, el septiembre de Fucik, de Allende, de las marchas de solidaridad, de tantas y tantas jornadas de lucha que hoy renacen en nuestro pueblo. Por eso es importante la memoria, no para estancarse en el tiempo sino para aprender de las experiencias y para no cometer los mismos errores, para mirar cada uno de los actos militantes como formas de acumulación, para asumir las derrotas y preparar las nuevas batallas, para seguir OBSTINADAMENTE buscando construir el poder popular que garantice parir una nueva sociedad.
Desde otros lugares, con la certeza del encuentro y la alegría de la lucha cotidiana, sabiendo que este libro ayuda a resaltar la moral comunista del combate, un abrazo de
La Mechi
La Habana, setiembre de 2003
Mi despedida
Ahora que no está, que se fue con el Ciego porque no podía vivir ya sin él, puedo confesar algo.
Yo amaba a esta mujer pero no como mujer, digo, no como la amaba el Ciego sino de otra manera.
No se como explicarlo, o no se si tiene explicación.
Yo la amaba desde el cinco de diciembre de 1975, cuando la noche que un grupo de tareas voló la casa de mi vieja, la Mechi que estaba parando en la casa de su mamá, a solo tres o cuatro cuadras de mi casa, se apareció en batón a la madrugada aquella y no dijo nada.
Yo la amaba desde aquellas noches en el bar de Oscarcito, en la calle Mendoza y nomeacuerdo, en aquellos días terribles del 74 y el 75, llenos de pasión y debates, de ilusiones y temores.
La amaba cuando discutía incansablemente cada uno de mis argumentos y los destruía con aquel estilo de los setenta que hoy causaría espanto a los muchachos progres de hoy que proclaman la moderación y el estilo light para todo debate como la regla, como si discutir ¿como mierda se para a la Triple A? cuando tenés tres chicos de la Fede amenazados de muerte bajo tu responsabilidad, pueda hacerse con ese estilo afrancesado o suizo que se supone posmoderno, aunque supongo que los comunistas parisinos discutiendo como volar la Comandancia de la SS en París también discutirían a los gritos, con pasión y desacato a la tradición y la ortodoxia.
Empecemos por allí.
Yo amaba la obstinada, consecuente, rigurosa conducta polémica de la Mechi desde siempre.
Desde las reuniones del Comité Provincial de la Fede de principios de los setenta hasta aquella noche de vino y guitarra cuando comenzaba el XVI Congreso y nos volvíamos a ver después de un siglo de cárceles y exilios, bombas y estudios, militancia clandestina allá y acá, pero desde una identidad inalterable e indiscutida.
Nosotros éramos de la Fede siempre. Cuando estábamos de acuerdo con el Pelado o el Patricio, y cuando nos enojábamos hasta la exasperación.
La Mechi discutía todo, a todos, siempre.
Su primer amor había sido un compañero que militaba en el E.R.P. y fue asesinado en la masacre de Trelew y su primer maestro en la política un cura tercemundista de Santa Fe así que estaba como vacunada contra el sectarismo que nos caracterizaba a casi todos.
Y con los años se volvió más y más tolerante con las diferencias y más intransigente con los dogmaticos, con los sectarios, con los burócratas de allá y de acá a los que odiaba casi con tanta pasión como odiaba al enemigo, aunque nunca perdía la distancia, ese cálculo imprescindible que se hace en la primera asamblea de estudiantes de medicina de rosario para saber con quien aliarse para que no gane la derecha hasta en aquellos seminarios del Che que ella fue de las primeras en impulsar con la Claudia y la Emilia y un montón de guevaristas de los noventa, de esas que aprendieron en los riñones que si salíamos del abismo de la caída del Muro y del triunfo de Menem y todos los que como Menem gobernaban casi toda América Latina, era construyendo una guerrilla de la cultura, de los valores, de los principios.
Por eso podía ir y volver entre La Habana y Rosario con tanta facilidad, sin sentirse extranjera en ningún lado aunque yo para hincharle los ovarios, solía provocarla diciendo que no podía entender la política argentina porque se había cubanizado y el peronismo es impenetrable para el pensamiento martianoguevarista.
Bueno, el peronismo es impenetrable para cualquier pensamiento, pero esa es otra historia, diría la Mechi.
Pero no era cierto de que no entendiera.
Tenía una rara capacidad de entender la política cubana, la revolución, los debates comunistas de allá y tomar partido, porque la Mechi siempre tomaba partido no importa lo que se discutiera y podía entender la política argentina y los debates de la izquierda y también tomar partido, aún en los debates del partido.
Pero la verdad, yo amaba a la Mechi por cómo ella amaba al Ciego.
No es que yo envidiara al Ciego, a ver si nos entendemos, yo envidiaba a la Mechi por haber podido amar al Ciego como ella lo amaba, y por como el Ciego la había amado. Desde cuando estaba escondido en la casa de Gracielita, en la Santa Fe del 75, y tenía que organizar toda una conspiración contra la disciplina partidaria para verla un rato y a las apuradas.
El Ciego también era de la Fede, pero distinto.
Cómo decirlo para que me entiendan ahora? Si digo que era más milico, ¿se entenderá que quiero decir que era más disciplinado, más acostumbrado a conducir y cumplir ordenes?. El Ciego sí que era rosarino, y del centro. Iba a una escuela secundaria de las mejores de Rosario y allí conoció a un compañero del E.R.P. que hizo quilombo en clase y fue entonces que empezó todo.
Porque a partir de ese episodio, pequeño, casi intrascendente casi una aventura estudiantil, él comenzó a interesarse, a discutir, a preguntar. Se hizo amigo de un grupo de la fede de la zona centro, un bancario, unos estudiantes, la Laurita, el Oso, el Osvaldo, la casa esa cerca del Monumento y esa otra casa de una señora muy señora que un tiempo lo adoptó pero no como hijo hasta que los de la fede de la zona decidieron afiliarlo, darles tareas y arrancarlo prácticamente de aquella casa y aquella señora mayor, compañera por supuesto pero que no pensaba en el Ciego precisamente como compañero.
Yo no se bien cuánto tiempo vivieron juntos antes de que el Ciego haga lo que tenía que hacer en aquella marcha de las juventudes políticas en aquel mayo del 75.
Una vez se lo pregunté a la Mechi y me contestó con un poema de Ho Chi Minh, «”Un solo día en la cárcel equivale a mil años»: mucha razón tenía el antiguo refrán. Cuatro meses de vida (nada tiene de humano) han dejado en mi cuerpo la huella de diez años” decía el vietnamita.
Y esa vez la entendí.
¿Cuánto dura un orgasmo? No me interesa, creo que a nadie le interesa, porque ese instante de amor dura más que una vida sin amor.
La relación tiempo/amor fue todo un problema en aquellos setenta.
¿Cómo convencer a la dirección del partido y de la fede que ese amor de apenas algunos días, semanas, meses, no se bien cuanto pero seguro que no mucho, era un amor para toda la vida, irrepetible, incomparable? Y ahí apareció la Mechi más adorable: testaruda como una mula, llena de argumentos teóricos, científicos, poéticos, inventados o tomados de los más preclaros pensadores…No se como lo hizo, pero lo hizo y allí se fue para La Habana. Sola con el Ciego. Bueno, se podría decir al revés, se fue con el Ciego a vivir el sueño de toda nuestra generación: vivir en Cuba, en la Isla de la Libertad y en la ciudad más amada por todos los que en esos años pasarían por la Esma o Campo de Mayo, por la Cárcel de Coronda o la de Resistencia, por los que andaban con nombre falso escondidos entre las paredes de las ciudades sitiadas por todo un Ejercito en Operaciones para quienes, el Malecón de La Habana se nos figuraba como la Meca o la Tierra Prometida para los religiosos.
Y ahora que no está, uno se da cuenta que le dijo la mitad de las cosas que quería decirle; aunque creo que nos conocíamos tanto que ella entendió los dos gestos de amor que le regalé en el final de su vida.
El primero fue haber escrito, como pude, con lo que sabía y ella me contó a medias y nunca del todo nada, la historia del Ciego y al hacerlo, la suya; y el segundo fue muy poquito antes de que se vuelva por última vez a La Habana. Fue un domingo que le dije que dejara a su Marianita con la madre, se pusiera linda y saliéramos a pasear por Buenos Aires. Y allí fuimos por la zona de Congreso a tomarnos un cafecito en un bar con mesitas en la vereda, ese que está justo frente al Congreso pero del otro lado de la plaza, que parece calcado a esos barcitos de París donde uno imagina que escribía Cortázar tomando café con la Maga. Y después fuimos al cine. Y después fuimos a cenar y yo no pregunté nada sobre el maldito cáncer y ella no dijo nada del último estudio del laboratorio y durante horas pasamos revista a nuestras vidas para concluir con un aprobado, de que no habíamos vivido al pedo y que hasta habíamos vivido de un modo interesante
De qué hablamos? Pucha…No me acuerdo bien pero debimos hablar de los de la fede de Santa Fe y de Rosario, del Ciego y del Kali, de Gracielita y de las que vinieron después, de nuestros enamoramientos y peleas con Patricio y el Partido, de los debates de política y de cine que nos entretenían desde hacía cuatro décadas hasta que sin decirnos adiós ni nada, nos abrazamos y nos fuimos cada uno por su lado sabiendo que era la última vez.
Casi no nos escribimos ni nos hablamos. Cuando la internaron no me dio el coraje de hablarle y una sola vez le escribí y me contesto. Esperen que guardo el mensaje que me mandó por el correo electrónico y si lo encuentro se los muestro…
”Querido José: Dice el refrán que no esta “muerto quien pelea” y de eso estén bien seguros que lo hare, que por encima de todo voy a librar una batalla ardua ,difícil pero con la misma voluntad de vencer que siempre he tenido. Así que no me estén enterrando antes de tiempo que de peores he salido!!! Lo mas complicado es poder comenzar el tratamiento porque las dificultades de la deglución me limitan, pero buscaremos la forma para resolver. Gracias por vuestro apoyo y la solidaridad, por tenerlos cerca de mi corazón. Te abraza y los abraza. Mechi. La Habana. Abril del 2009. Año del Cincuenta Aniversario del Triunfo de la Revolución Cubana”.
No le contesté porque cada vez que me sentaba a la maquina lloraba como lloro ahora, así que ahora que puedo te lo digo: gracias compañera, hermana, mujer amada pero no deseada, madre, revolucionaria y guerrillera del alma, de la cultura y la conciencia. Comunista ejemplar.
Mechi, te quiero mucho.
Hasta siempre.
[1] Concentración Nacional Universitaria
[2] Partido Revolucionario de los Trabajadores
[3] Más datos sobre estos hechos se pueden consultar en el libro del autor, Tito Martín, el Villazo y la verdadera historia de Acindar, editorial Dirple, 1997 accesible en http://www.cronicasdelnuevosiglo.wordpress.com
[4] Eufemismo con que en aquellos años se refería a la autodefensa partidaria.
[5] Ministro de Bienestar Social del gobierno de Perón y una de los principales impulsores de la Triple A, organización terrorista anticomunista que desató la caza y el exterminio de los militantes populares desde el mismo momento en que Perón llegó al país en junio de 1973.
[6] El 22 de agosto de 1972 la Marina fusiló a dieciséis militantes que no habían podido completar la fuga del Penal. Los militantes de la Fede liberados habían sido llevados al Penal luego de esos sucesos, y habían sufrido el régimen de terror que impuso la Marina.
[7] auto muy chiquito de los sesenta, me lo habían destruido con la bomba del 5 de diciembre del 75, estaba pintado de amarillo y llamaba mucho la atención por el mínimo tamaño y porque no había muchos circulando.
[8] Jorge Garrido, dirigente de la Fede al que conocía desde que los dos éramos militantes secundarios, falleció a poco de finalizar el XVI Congreso del Partido Comunista
[9] Shafik fue secretario del Partido Comunista Salvadoreño, miembro de la comandancia del Farabundo durante la lucha armada y llegó a ser un líder popular, candidato a presidente; Piñeiro fue uno de los Comandantes de la Revolución Cubana, con tareas vinculadas a la Seguridad del Estado y la solidaridad revolucionaria día, el carácter infalible del Partido y sus direcciones, y a dar por agotada, prácticamente, toda una cultura política
[10] Este centro clandestino estaba ubicado en La Tablada, provincia de Buenos Aires, cerca de la intersección del Camino de Cintura con la autopista Ricchieri, en un predio del Servicio Penitenciario Federal. Se componía de tres construcciones, una de ellas con sótano, y una pileta de natación aledaña.
[11] en un viaje en tren de Moscú al Leningrado de 1985, discutimos sobre si era posible transformar al Pece; Jorge decía que era un elefante blanco inmutable y yo que hasta los elefantes cambian, si uno es persistente. La polémica sigue vigente hoy aunque ya no esté Jorge entre nosotros.
[12] Leonel Mac Donald, santafecino, con quien compartí algunos debates iniciales en el 70 donde una vez, cuando le conté que el Pece tenía como cien mil afiliados, me dijo que con esa fuerza podríamos tomar la Casa Rosada en un día. Fue dirigente del PRT/ERP y uno de los últimos jefes de la Compañía del Monte en Tucumán. Murió en combate cerca de la Escuelita de Famailla en 1975
[13] semanario del Partido Comunista en aquel tiempo